lunes, 1 de marzo de 2010

Un Indicaror Alarmante.

"No puedo salir de mi casa, estamos todos amenazados de que si salimos de aquí nos van a matar. Hace rato pasaron como 6 camionetas con las siglas CDG en la puerta delantera, cortaron el cable para que no pasaran noticias locales y anoche se escucharon balaceras"


Testimonio de un residente de Miguel Alemán, Tamaulipas




La mañana del pasado martes 23 de febrero ciudadanos de los municipios fronterizos de Tamaulipas se despertaron en medio de la incertidumbre. La noche anterior, fuertes rumores de balaceras y enfrentamientos fueron esparcidos a través de volantes y mantas en universidades y comercios. Muchos optaron por cruzar la frontera y quedarse unos días en Texas, otros, la mayoría, decidó quedarse en su casa y esperar que se calmaran las cosas.


Al filo del mediodía el caos era evidente. Fuertes balaceras se registraron en ciudades como Mier, Reynosa, Miguel Alemán, Comales y Camargo, Tamaulipas. Mientras tanto, comunidades virtuales como Twitter y Facebook hablaban de forma abierta lo que las autoridades y los medios de comunicación callaban: se había desatado una guerra entre bandas rivales del crímen organizado.


Es así que la violencia añeja que se vive en el noreste del país se recrudece una vez más. Esta vez, a pesar de tratarse de un enfrentamiento entre bandas rivales se puede respirar en las calles el miedo que siente la sociedad civil ante el temor de auténticos enfrentamientos armados entre militares, sin embargo, dejaré de lado el tema del miedo y hablaré en este ensayo acerca de la relación simbiótica entre los diversos grupos del crimen organizado y la sociedad civil.


El contrabando comenzó en la frontera chica como algo inocente, ante las políticas proteccionistas del gobierno federal de los años 50 y 60, muchas personas se dedicaron al contrabando de mercancías procedentes de los Estados Unidos, ya para su consumo o bien para su comercialización en México. Es así que una gran cantidad de personas residentes de la frontera vivían precisamente de realizar este tipo de operaciones ilícitas.

Poco a poco algunas de estas personas se dieron cuenta del lucrativo negocio de contrabando de drogas hacia Estados Unidos. Debido a la pobre inteligencia de las autoridades anti crimen en México, aunado a altos grados de corrupción se migró del contrabando de artículos como ropa, electrodomésticos y mercancías en general hacia México al contrabando de sustancias ilícitas pero hacia Estados Unidos. Como es ordinario, los narcotraficantes de aquellos años eran igual de territoriales que los de hoy en día, por lo que entre ellos establecieron de forma delimitida sus territorios de operación.

Sin embargo, ante los embates de un centralismo estatal y federal y ante la falta de políticas públicas encaminadas a mejorar la calidad de vida de los habitantes de la frontera, fueron precisamente estos narcotraficantes quienes se encargaron de brindar ayuda a las personas menesterosas de las comunidades fronterizas. Lo anterior generó un poder de facto en favor de los narcotraficantes, quienes irónicamente se distinguían por realizar acciones en favor de sus propias comunidades: creaban empleos en centros de trabajo en regla, construían bienes de utilidad pública como parques y áreas de recreo, etc. Lo anterior llegó al grado de que los mismos residentes encubrían a quienes sabían que eran líderes del narco, considerando que estos líderes hacían lo que los funcionarios públicos no.

Ante la eminente fractura del crimen organizado en todo México, hoy en día enfrentamos una auténtica guerra con el territorio. Aunado a lo anterior sufrimos por la boraz ambición de los criminales, quienes, no conformes con el negocio de contrabando y venta de sustancias ilícitas buscan nuevas fuentes de ingreso a costa de civiles inocentes. Hoy en día, por más Maquiavélico que pueda sonar, comenzamos a cobrar confianza en grupos criminales que se ofrecen a desaparecer a 'quienes han desvirtuado el negocio de venta de droga' y confiamos más en los resultados que ellos podrían alcanzar al que nuestras propias autoridades prometen una y otra vez.

Este es quizá el indicador más alarmante que jamás haya yo escuchado. ¿A qué grado ha llegado nuestro propio desencanto por el gobierno que ya no creemos que haga nada contra el crímen? ¿En qué radica el fundamento de creer que un grupo de criminales sea realmente la solución a la violencia que se ha presentado en toda la región noreste en los últimos años? Las anteriores preguntas quizás el tiempo las contesten, por lo pronto, podemos decir que la credibilidad de las autoridades estatales y municipales está muy por debajo de la credibilidad hacia los mismos narcotraficantes y todavía más por debajo de la que se le tiene a las fuerzas armadas federales.

Los nivles de corrupción a nivel estatal y municipal a los que se han alcanzado en las últimas administraciones son para dar pena. Día con día vemos como servidores públicos designados para brindar seguridad a la ciudadanía se dedican precisamente a extorcionar, secuestrar y dar información para que los grupos criminales puedan operar impunemente en la entidad, ello, claro, cobrando un salario que usted y yo pagamos, sin mover un dedo ni realizar las funciones a ellos encomendadas.

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