martes, 23 de septiembre de 2008

Ciento noventa y ocho años de ser México.


Imagino la madrugada era templada y húmeda, característica de los septiembres guanajuatenses, cuando hombres y mujeres, decidieron salir de sus casas al llamado a misa del cura Don Miguel Hidalgo y Costilla en Dolores Hidalgo, Guanajuato. Tal vez nunca sabremos con exactitud si las personas ahí reunidas buscaban acabar con el régimen hibérico, como lo narran las más apasionadas novelas de historia de México, o si simplemente buscaban mejorar su calidad de vida o desconocer la corona robada a traición y entregada a José Napoleón. Sin embargo, el resultado de la lucha que inició en esa bruma nocturna, es palpable hasta nuestros días.
La independencia, en un primer término, costó sangre de nuestros ancestros, lágrimas derramadas por hermanos, hermanas, madres y padres, pero al final, como cuando la madrugada es más obscura justo antes del claro matutino, nació México como nación independiente de España.
México ha superado retos enormes a lo largo de su historia, sin embargo, pareciera que con el paso de los años los retos se vuelven más y más complicados de superar.
Durante el siglo XX, siguiendo la tendencia mundial, se dieron una serie de cambios en el orden de nuestra patria. Una sangrienta Revolución nos enseñó que los mexicanos son capaces de defenderse como fieras cuando se sienten oprimidos. El resultado de esa Revolución fue similar al que tuvo Francia con muchos años de antelación: el reconocimiento de los derechos fundamentales de los seres humanos y su cabal cumplimiento y reconocimiento a través de instituciones gubernamentales.
Fue así que se fortaleció el Estado de Derecho y se fundaron instituciones al servicio de todos los mexicanos. Por primera vez los programas y las políticas públicas del gobierno iban encaminadas al apoyo de los más marginados a quienes, mediante una economía basada en la actividad agrícola, se les buscó alternativas para que superaran la pobreza. Después, la política económica cambió y se previó un crecimiento industrial con medidas proteccionistas que, según se pensó en su momento, ayudarían a crear una industria sólida (como ocurrió a principios y mediados del siglo XX en países europeos).
Este modelo tuvo aciertos en los primeros años de su implementación: se incorporaron al gobierno industrias como la petrolera, financiera, bancaria, entre muchas otras y se logró un crecimiento económico sostenido por algunos años. Sin embargo, no se consiguió erradicar por entero la pobreza.
A principios de la década de los 80, concurrentemente con la llegada de los presidentes tecnócratas al poder, México se encausó en la tendencia mundial hacia la apertura económica, o Neoliberalismo, fue así que se comenzó a liquidar y vender gran parte de las empresas estatales y paraestatales que para entonces se habían convertido en centros de costos, dejando sólo la industria petrolera y algunas otras industrias de comunicación y telecomunicación como parte del activo estatal. Para inicios de los 90, México se encausaba en la apertura económica total, formando un bloque económico con el resto de los países con los que comparte América del Norte, siendo hoy parte de la triada comercial mundial. Al principio, los mexicanos vimos con escepticismo esta nueva política económica y sufrimos al ver cómo la industria mexicana era rebasada por la industria importada de otros países industrializados.
Tiempo después personalmente entendí que la historia novelada era solamente eso: una novela. Que si bien nos ayudaba a contar con un espíritu nacionalista que nos tatuaba el alma, no establecía los hechos tal cual fueron y nos daba luces absolutas de personajes y circunstancias que en realidad no fueron ni malos ni buenos, sino simplemente personas que vivían con las mismas pasiones con las que vivimos hoy en día. Es así que las políticas económicas que nos rigen hoy en día no pueden ser tachadas de blancas o negras, sino de grises. Para algunos mexicanos la apertura comercial ha generado su ruina al no poder competir contra la fuerza laboral y productiva que la globalización demanda, sin embargo, para otros, estas políticas han sido una derrama de recursos que permea a todos los estratos de la sociedad. Hoy en día hace falta una reorientación de la economía mexicana. Esta reorientación incluye una distribución equitativa de los recursos existentes, la creación de programas que realmente fomenten la riqueza y no que traten de curarla con pequeñas dosis de recursos mensuales y la cultura de trabajo, que nos permita ser mejores estudiantes y mejores trabajadores, ser más proactivos y emprendedores en vez de reactivos y conformistas.
Así mismo, el tema de la seguridad es algo de lo que hoy en día se nos bombardea en todos los periódicos, programas de televisión, radio e internet. Por primera vez en muchos años, existe una amenaza constante a la sociedad civil a través de robos, extorción, secuestro y actos terroristas que nunca antes México había vivido en su historia contemporánea. Este nuevo reto representa, quizá, uno de los más difíciles de superar para todos nosotros y es que el crimen organizado se ha metido hasta la médula de las instituciones creadas para salvaguarda de los derechos de todos los mexicanos.
Si bien no podemos permitir que unos cuantos mexicanos secuestren la nación en una violenta oligarquía, también debemos reconocer nuestra parte de culpa al solapar la corrupción y dejarla entrar a nuestras costumbres cotidianas. Es eso y no otra cosa lo que ha secuestrado y traicionado los principios que costaron lágrimas y sangre.
La solución, en contraste con otras situaciones y retos, no está en atrincherarnos en una pelea a piedras, palos, balas, granadas y bombas. La solución esta vez está en la lucha contra nuestra propia indiferencia, codicia, corrupción, pereza y desarraigo. Solamente a través de extirparnos a nosotros mismos el cáncer que hemos consentido que haga metástasis en nuestros organismos podemos superar este nuevo reto que aunque se vea difícil de superar, no es imposible.
México creo en .

jueves, 11 de septiembre de 2008

Mientras tanto. . . el país se nos cae de las manos.

Hace 10 años México enfrentaba otro tipo de problemas: estaba apenas saliendo de una crisis económica que acabó con la solidez financiera de miles de hogares mexicanos, estaba hundido en el cuestionamiento acerca de una hegemonía de décadas que tenía ratos dulces y amargos, comenzaba de forma incipiente la violencia pero no a niveles tan alarmantes y, al mismo tiempo, trataba de consolidarse como un agente más abierto a la pujante globalización con retos para mantener niveles de igualdad de riqueza entre la población. La inseguridad y el crimen organizado existía en alguna esfera del universo fuera del alcance del ciudadano promedio, ése que se levanta todos los días para ir a trabajar a una fábrica, una oficina, al campo, a la calle o a donde sea.

Hoy, México enfrenta nuevos retos que son aún peores que los anteriores. La desaceleración económica mundial está provocando estragos en la economía de todos nosotros: pagamos más por alimentos, vestido y sin mencionar la gasolina o diesel. Hace 8 años, México demostró (al menos ante los ojos del mundo, que habrá algunos más perspicaces) que realmente podemos ejercer una soberanía al elegir a representantes legislativos y ejecutivos en comicios públicos limpios y, valga la redundancia, democráticos.

Lamentablemente, el abrir las puertas al torrente de la globalización nos ha traído toda clase de consecuencias, como quien abre las puertas de su casa para que entre el fresco y de forma inevitable deja entrar a los moscos, la globalización ha tenido efectos negativos y positivos a nuestro país. La marginación en regiones 'alejadas' de México trae como consecuencia que exista una brecha más larga entre pobres y ricos. Sin embargo, la apertura económica también ha generado fuentes de empleo e inversión en niveles que nunca antes se habían visto en la historia contemporánea de México.

El crimen y la inseguridad son hoy por hoy temas prioritarios en la agenda política de cualquier entidad gubernamental, sin importar el nivel, el grado ni la naturaleza de la misma. No es la primera vez que en México se vive violencia civil en cantidades desmesuradas. La sangre ha corrido a ríos en momentos históricos como la Independencia o como la Revolución. Sin embargo, existía una cierta legitimidad de lucha en esos eventos: la esperanza de contar con libertades en el primer caso y la esperanza de una mejor distribución política, social y económica en el segundo.

Sin embargo, hoy la sangre corre por cuestiones más absurdas. Mexicanos inocentes caen víctimas del crimen organizado que ha alcanzado niveles de violencia patológicos y dignos de una novela de terror. En el mejor de los casos, las víctimas mueren porque se lo buscaron, al momento de pertenecer a uno de estos grupos cuya salida es hacia dos partes: al panteón o a la cárcel. En el peor de los casos, hemos tenido víctimas de secuestros fallidos, balas perdidas y cientos de hombres y mujeres asesinados sin ningún sentido.

Hace algunas semanas, se corrió la voz de la marcha 'Iluminemos México' como la forma idónea de hacer que las autoridades inclinen sus oídos a lo que está ocurriendo en el país. Se pidió poner más atención al tema de la seguridad y se pidieron resultados en menos de 90 días. La forma en la que millones de mexicanos salimos a las calles a decir 'ya basta' fue legítima e idónea, sin embargo, el hecho de que cada vez que recibimos un pago el 20% vaya a parar a los fondos del fisco público debería ser suficiente para que existan acciones concretas por parte del gobierno para resguardar nuestra seguridad.

Sin embargo, y aunque paguemos impuestos, el problema va más allá y nos involucra a todos. Es por ello que la solución está en todos y cada uno de nosotros y reside básicamente en tratar de ser honestos con nosotros mismos para poder ser honestos con el resto de las personas. Si todos fuésemos honestos y contaramos con un mínimo de valores en nuestro actuar, no estaríamos enfrentando los problemas que hoy no nos dejan dormir.


La proxima semana. . . Ciento Noventa y Ocho.