jueves, 11 de septiembre de 2008

Mientras tanto. . . el país se nos cae de las manos.

Hace 10 años México enfrentaba otro tipo de problemas: estaba apenas saliendo de una crisis económica que acabó con la solidez financiera de miles de hogares mexicanos, estaba hundido en el cuestionamiento acerca de una hegemonía de décadas que tenía ratos dulces y amargos, comenzaba de forma incipiente la violencia pero no a niveles tan alarmantes y, al mismo tiempo, trataba de consolidarse como un agente más abierto a la pujante globalización con retos para mantener niveles de igualdad de riqueza entre la población. La inseguridad y el crimen organizado existía en alguna esfera del universo fuera del alcance del ciudadano promedio, ése que se levanta todos los días para ir a trabajar a una fábrica, una oficina, al campo, a la calle o a donde sea.

Hoy, México enfrenta nuevos retos que son aún peores que los anteriores. La desaceleración económica mundial está provocando estragos en la economía de todos nosotros: pagamos más por alimentos, vestido y sin mencionar la gasolina o diesel. Hace 8 años, México demostró (al menos ante los ojos del mundo, que habrá algunos más perspicaces) que realmente podemos ejercer una soberanía al elegir a representantes legislativos y ejecutivos en comicios públicos limpios y, valga la redundancia, democráticos.

Lamentablemente, el abrir las puertas al torrente de la globalización nos ha traído toda clase de consecuencias, como quien abre las puertas de su casa para que entre el fresco y de forma inevitable deja entrar a los moscos, la globalización ha tenido efectos negativos y positivos a nuestro país. La marginación en regiones 'alejadas' de México trae como consecuencia que exista una brecha más larga entre pobres y ricos. Sin embargo, la apertura económica también ha generado fuentes de empleo e inversión en niveles que nunca antes se habían visto en la historia contemporánea de México.

El crimen y la inseguridad son hoy por hoy temas prioritarios en la agenda política de cualquier entidad gubernamental, sin importar el nivel, el grado ni la naturaleza de la misma. No es la primera vez que en México se vive violencia civil en cantidades desmesuradas. La sangre ha corrido a ríos en momentos históricos como la Independencia o como la Revolución. Sin embargo, existía una cierta legitimidad de lucha en esos eventos: la esperanza de contar con libertades en el primer caso y la esperanza de una mejor distribución política, social y económica en el segundo.

Sin embargo, hoy la sangre corre por cuestiones más absurdas. Mexicanos inocentes caen víctimas del crimen organizado que ha alcanzado niveles de violencia patológicos y dignos de una novela de terror. En el mejor de los casos, las víctimas mueren porque se lo buscaron, al momento de pertenecer a uno de estos grupos cuya salida es hacia dos partes: al panteón o a la cárcel. En el peor de los casos, hemos tenido víctimas de secuestros fallidos, balas perdidas y cientos de hombres y mujeres asesinados sin ningún sentido.

Hace algunas semanas, se corrió la voz de la marcha 'Iluminemos México' como la forma idónea de hacer que las autoridades inclinen sus oídos a lo que está ocurriendo en el país. Se pidió poner más atención al tema de la seguridad y se pidieron resultados en menos de 90 días. La forma en la que millones de mexicanos salimos a las calles a decir 'ya basta' fue legítima e idónea, sin embargo, el hecho de que cada vez que recibimos un pago el 20% vaya a parar a los fondos del fisco público debería ser suficiente para que existan acciones concretas por parte del gobierno para resguardar nuestra seguridad.

Sin embargo, y aunque paguemos impuestos, el problema va más allá y nos involucra a todos. Es por ello que la solución está en todos y cada uno de nosotros y reside básicamente en tratar de ser honestos con nosotros mismos para poder ser honestos con el resto de las personas. Si todos fuésemos honestos y contaramos con un mínimo de valores en nuestro actuar, no estaríamos enfrentando los problemas que hoy no nos dejan dormir.


La proxima semana. . . Ciento Noventa y Ocho.

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